Hay pocas cosas en la vida que nos motiven tanto como el estado de enamoramiento. El enamoramiento es uno de esos temas universales sobre los que se han escrito ensayos, novelas, poemas, y es también uno de los fenómenos en los que se pone más en evidencia qué poco cuenta la propia voluntad personal en el devenir de la vida.

El enamoramiento es una experiencia intensamente emocional, en la que el cuerpo está implicado, pero de la que el pensamiento se encuentra, en gran medida, excluido. O por decirlo de otra manera, inundado por el mundo emocional y el anhelo de placer. Donde el razonamiento no funciona de la manera habitual.

Pero también tiene otro cara: no querer ceder la propia existencia y control personal para dejarse caer en manos de otro. Y es justamente este miedo el que provoca, en muchas ocasiones, la huida de una relación amorosa tras otra. No porque no sea deseada o querida, sino por el temor a sentirse atrapado en ella, o bien, por sentirse desorientado una vez que – sea por mutuo acuerdo o no – se termina la relación.

Estar enamorado difiere de amar pues lo primero consiste, sobre todo, en sentimientos internos en los que la imagen del amado se mezcla con el yo ideal de la persona enamorada. La persona, en compañía del ser amado, se siente «estupenda» y tal como le gustaría ser. Sin embargo, esta identidad reencontrada tiene una duración tan breve como el propio enamoramiento… El amado que el enamorado ve tiene poco parecido con lo que cualquier otra persona ve de él o ella. El engaño, encantamiento o fascinación, como lo queramos llamar, está relacionado con el propio narcisismo, que atribuye al otro sus maravillosas cualidades, reflejos de nuestro ideal.

El escritor Ortega y Gasset va todavía un poco más allá: «Nos enamorarmos de un ideal del yo proyectado, de una persona imaginaria cuyas cualidades despiertan el amor. El error estaría solo en que esas cualidades son imaginarias y el amor desaparece al descubrirlo, si no permanecen valores más fuertes que ampararan seguir con la unión sentimental».

El enamoramiento sería entonces como un encantamiento. Esta idea de haber sido temporalmente encantados o embrujados, idea que atribuye a la otra persona la capacidad de encandilarnos y ser responsable de ello, encubre nuestro autoengaño. De esta forma permite, cuando el enamorado se decepciona o la relación finaliza, trasladar la culpa al otro, haciéndonos más facil la tarea de reconstruir nuestra conocida vida en soledad, o por el contrario, conocer a un nuevo candidato y recomenzar un nuevo vínculo – puede que eso sí, cada vez con menos ilusión y frescura que el anterior..

Para que el enamoramiento derive hacia el amor verdadero tiene que anclarse en la realidad, tiene que haber algo en la otra persona, despojada de la idealización, que mantenga nuestro interés en ella. A mayor distancia entre la persona inventada y la real, más dificultad para atravesar el camino que lleve del enamoramiento al amor de pareja estable.

Si la persona elegida se corresponde con nuestros ideales, y sus cualidades y valores encajan en nuestros planteamientos racionales sobre la vida, la vivencia es placentera y armoniosa. En cambio, cuando no ocurre así, cuando elegimos a alguien que tiene más que ver con nuestra sombra, o cuyas características se relacionan con los aspectos que para nosotros son prohibidos, el enamoramiento tiene algo de torturante y las emociones internas que se desatan son muy ambivalentes, aunque no dejan de tener ese poderoso enlace con el placer. Como también lo tiene cuando está obstaculizado el ser deseado, cuando el enamorado elige un objeto prohibido o inalcanzable por estar en pareja o vivir lejos. Esta prohibición, a pesar de que suele generar mucho sufrimiento, culpa, e infra valoración personal, carga el estado de enamoramiento con la intensidad obsesiva de la pasión y la necesidad. Relación donde raramente se consigue salir ileso.

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